UN VERANO EN ESTACA DE BARES
CUENTO BREVE
Me llamo Vera
González, tengo 35 años y soy corresponsal en Irak. Mi cabello es castaño
oscuro, largo y siempre lo llevo recogido para no molestarme en el campo de
batalla. Mis ojos son verdes intensos, reflejo de la pasión que siento por
contar historias y descubrir nuevas culturas. Mi piel, ligeramente bronceada
por los largos días bajo el sol del desierto, contrasta con mi carácter fuerte
y decidido. Vivo en Barcelona, pero ese verano decidí escapar a Galicia para
desconectar y reencontrarme conmigo misma.
Era un día gris
y lluvioso cuando llegué a Estaca de Bares, un rincón mágico en Lugo. La brisa
marina me acariciaba la cara mientras caminaba por el faro, uno de los
monumentos más emblemáticos del lugar. Allí conocí a Paolo Granati, un profesor
universitario italiano de 36 años, con una sonrisa cálida y ojos azules que
parecían contener mil historias. Su cabello rubio y su barba bien cuidada le
daban un aire intelectual y cercano al mismo tiempo.
Desde el primer
momento, hubo una chispa entre nosotros. Compartimos una tarde hablando sobre
historia y cultura en un pequeño café con vistas al Atlántico. Él me contó
sobre sus investigaciones en historia medieval europea, mientras yo le relataba
mis experiencias en Irak. La conexión fue instantánea; nos reímos con
complicidad y nos sorprendimos descubriendo cuánto teníamos en común.
Lo que más me
gustaba de Paolo era su pasión por aprender y su forma de escucharme con
atención. Él admiraba mi valentía para vivir en zonas peligrosas, y yo
encontraba en su serenidad un refugio que necesitaba desesperadamente. Nos
enamoramos lentamente, como las olas que besan la orilla una y otra vez.
Decidimos
explorar juntos los monumentos del pueblo: la iglesia románica de Santa María
de Estaca de Bares, con sus frescos antiguos y su campanario que parecía tocar
el cielo; las ruinas del castro celta donde se pueden imaginar las vidas
pasadas; y el faro, símbolo de guía y esperanza. Desde allí, contemplamos el
mar infinito, sintiendo cómo el viento nos envolvía con promesas de nuevos
comienzos.
Una noche, bajo
un manto estrellado, nos prometimos no dejar que la distancia nos separara.
Sabíamos que nuestro amor había nacido en ese rincón mágico del mundo, pero
también que podía crecer más allá de sus límites físicos.
Hoy sé que aquel
verano cambió mi vida para siempre. Encontré en Estaca de Bares no solo
paisajes impresionantes sino también a alguien con quien compartir mi alma. Y
aunque pronto volveré a Irak o a Valencia, llevo conmigo la certeza de que el
amor puede florecer incluso en los lugares más inesperados. Porque a veces,
basta con un verano para encontrar tu destino junto a quien realmente amas.
FIN
Escrito por Jessica Bao
Perez.
El lunes, 16 de junio
de 2025.
En Badalona.

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