UN VERANO EN O BARQUEIRO
CUENTO
BREVE
Me llamo Vega
Rodríguez, tengo 34 años y soy meteoróloga. Mi cabello es castaño oscuro, largo
y siempre lo llevo suelto, y mis ojos son de un verde intenso que reflejan mi
pasión por la naturaleza. Soy alta, delgada y me gusta vestir con comodidad,
especialmente cuando viajo. Vivo en Portugal, pero ese verano decidí escaparme
a Galicia para desconectar y disfrutar del mar y la tierra que tanto amo.
El día que
llegué a O Barqueiro, el pueblo parecía sacado de un cuento: casas de piedra,
calles estrechas y el aroma a salitre en el aire. Allí conocí a Luiggi
Tintoretti, un físico italiano de 36 años con una sonrisa cálida y ojos azules
como el océano. Su cabello rubio y rizado caía sobre sus hombros, y su piel
bronceada reflejaba las horas que pasaba al sol investigando en la playa o en
su laboratorio.
Nos encontramos
por casualidad en la pequeña plaza del puerto, mientras ambos admirábamos las
embarcaciones tradicionales. La conversación fluyó naturalmente; él me habló de
su trabajo en física cuántica, yo le compartí mi pasión por la meteorología. La
chispa fue instantánea. Nos reímos recordando nuestras anécdotas más divertidas
y compartimos historias sobre nuestros países.
A medida que
pasaban los días, nos fuimos enamorando entre paseos por la playa de Las
Catedrales, donde las formaciones rocosas parecen castillos mágicos; visitas al
faro de Estaca de Bares, desde donde se divisa toda la costa gallega; y tardes
en los cafés del puerto, donde degustamos mariscos frescos acompañados de vino
local. Cada rincón del pueblo parecía estar impregnado de nuestro cariño
naciente.
Lo que más me
gustaba de Luiggi era su curiosidad insaciable y su forma de ver el mundo con
optimismo. Él admiraba mi pasión por entender los fenómenos atmosféricos y
siempre buscaba aprender algo nuevo sobre mí. Yo apreciaba su paciencia y esa
manera tan especial que tenía de hacerme reír incluso en los momentos
difíciles.
Una tarde
decidimos subir juntos al Monte de San Roque para contemplar toda la bahía.
Desde allí, vimos cómo el sol se ocultaba tras las montañas, pintando el cielo
con tonos anaranjados y rosados. En ese instante, nos miramos a los ojos y
supimos que nuestro verano había sido solo el comienzo de algo mucho más
grande.
Al despedirnos
al final del verano, prometimos mantener viva esa chispa a pesar de la
distancia. Y así fue: seguimos en contacto, planeando nuevas visitas y soñando
con volver a encontrarnos en aquel pequeño paraíso gallego donde nació nuestro
amor.
Y ahora, cada
vez que recuerdo aquel verano en O Barqueiro, siento una sonrisa cálida en el
corazón porque fue allí donde descubrí que el amor puede florecer entre mares y
montañas, entre dos almas abiertas a lo desconocido.
FIN
Escrito por Jessica Bao
Perez.
El lunes, 16 de junio
de 2025.
En Badalona.

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