UN VERANO EN ASTORGA
CUENTO BREVE
Me llamo Nuria Jiménez, tengo 36
años y soy magistrada. Soy de estatura media, con cabello castaño oscuro que
llevo siempre recogido en un moño elegante, y ojos marrones profundos que
reflejan mi serenidad y determinación. Internamente, soy una persona meticulosa,
apasionada por la justicia y con un carácter fuerte pero sensible, que valora
la honestidad y la cultura.
Joaquín Ferrer tiene 35 años y es
abogado. Es alto, con cabello rubio ligeramente ondulado y ojos azules que
parecen tener un brillo travieso. Su sonrisa franca y su presencia tranquila
transmiten confianza. Internamente, Joaquín es inteligente, empático y
divertido; disfruta de las conversaciones profundas tanto como de las risas
espontáneas.
Nos conocimos en Astorga durante
un verano que parecía sacado de un cuento. Yo había llegado allí para asistir a
un congreso sobre derecho y cultura, pero pronto descubrí que lo que realmente
quería era desconectar del bullicio de la ciudad y sumergirme en la historia y
el encanto de esa pequeña joya leonesa. Joaquín también estaba allí por motivos
similares: buscaba inspiración en los monumentos históricos y en el ambiente
tranquilo del lugar.
La chispa surgió en una visita
conjunta a la Catedral de Astorga, donde admiramos sus impresionantes muros
románicos y su impresionante fachada gótica. Nos quedamos absortos ante los
vitrales coloridos que filtraban la luz del sol, creando un mosaico de colores
en el suelo. Luego paseamos por el Palacio Episcopal diseñado por Gaudí,
maravillados por su arquitectura única y sus detalles artísticos. En cada
rincón compartíamos miradas cómplices y risas nerviosas, sintiendo cómo se
estrechaba nuestro vínculo.
Lo que más me gustaba de Joaquín
era su pasión por la historia y su forma de ver el mundo con optimismo. Lo que
él apreciaba en mí era mi seguridad y mi interés genuino por aprender cosas
nuevas. Nos complementábamos perfectamente: él me enseñaba a relajarme, a
disfrutar del momento; yo le mostraba la belleza en las pequeñas cosas
cotidianas.
Una tarde decidimos visitar el
Museo de los Caminos, donde se exhiben objetos relacionados con las rutas
jacobeas. Mientras caminábamos entre reliquias antiguas y mapas medievales,
Joaquín tomó mi mano sin previo aviso. Sentí cómo mis mejillas se sonrojaban al
notar su toque cálido. Desde ese instante supimos que algo especial había
nacido entre nosotros.
El verano pasó volando entre
paseos por las calles empedradas del casco antiguo, cenas en terrazas con
vistas a la muralla medieval y largas conversaciones bajo el cielo estrellado
desde lo alto del mirador del Castillo de los Templarios. Cada momento fue una
aventura llena de magia y complicidad.
Finalmente, cuando llegó el día
de partir, nos despedimos con una promesa silenciosa: volver a encontrarnos
pronto. Joaquín me miró a los ojos y dijo:
- Este verano ha cambiado todo
para mí-.
Yo le respondí con una sonrisa:
- Para mí también-.
Desde entonces, nuestras vidas se
han cruzado más allá de Astorga, llevando en el corazón aquel verano
inolvidable. Y así terminó nuestro verano en Astorga —un cuento breve lleno de
amor inesperado— donde descubrimos que las historias más hermosas nacen en los
lugares más sencillos pero llenos de historia y alma.
FIN
Escrito por Jessica Bao
Perez.
El jueves, 22, de mayo
de 2025.
En Badalona.

No hay comentarios:
Publicar un comentario