UN VERANO EN SÓLLER
Cuento breve
Me llamo Vega
Montaraz, tengo 26 años y soy terapeuta ocupacional. Soy de estatura media, con
cabello castaño oscuro y ojos verdes que reflejan mi pasión por ayudar a los
demás. Mi sonrisa sincera y mi carácter empático hacen que las personas se
sientan cómodas a mi lado. Internamente, soy una mujer sensible, creativa y
soñadora, que encuentra en la naturaleza y en la cultura su mayor inspiración.
Iker Martínez,
de 23 años, es hostelero y vive en una ciudad cercana. Alto, con cabello rubio
y despeinado, y ojos azules intensos, tiene un físico atlético y una sonrisa
contagiosa. Es un hombre alegre, trabajador y con un corazón generoso. En su
interior, es divertido, apasionado por la vida y la buena comida, con un toque
de melancolía por los tiempos pasados y un gran amor por su tierra.
Nos conocimos en
la urbanización de Sóller, en Palma, durante un verano en el que decidí escapar
del bullicio de la ciudad para desconectar y disfrutar del paisaje. Iker, que
trabaja en un pequeño restaurante en la zona, solía pasear por allí y un día me
vio leyendo en la terraza de un café. Se acercó con una sonrisa y empezamos a
conversar. La primera vez que hablamos, le conté sobre mi trabajo ayudando a
personas a superar sus dificultades, y él me habló de su pasión por la
gastronomía y la vida en el pueblo.
Lo que más me
gustaba de Iker era su alegría y su sencillez, su forma de hacerme reír con sus
historias sobre la vida en la hostelería y su amor por la tierra. A él le
encantaba mi sensibilidad y mi interés por la cultura y la naturaleza. Desde el
principio, compartimos una conexión especial, y pronto empezamos a explorar
juntos los monumentos y paisajes de Mallorca.
Durante ese
verano, visitamos la iglesia de Sant Bartomeu, con su fachada barroca y su
campanario que ofrece vistas impresionantes del valle. También recorrimos el
Jardín Botánico de Sóller, admirando la variedad de plantas y flores que allí
crecen, y paseamos por el puerto, con sus barcos y el aroma del mar. En cada
paseo, entre risas y charlas, nuestro vínculo se hacía más fuerte. Nos
sorprendía lo bien que encajábamos, a pesar de nuestras diferencias.
Lo que más me
enamoró de Iker fue su pasión por la vida sencilla y su corazón abierto. Él
decía que en su trabajo en la hostelería encontraba alegría en servir a los
demás, y yo admiraba su entusiasmo y su autenticidad. Él quedó cautivado por mi
sensibilidad y mi forma de ver el mundo, y juntos descubrimos que la belleza
está en las pequeñas cosas.
Al final del
verano, en una tarde dorada en la playa de Port de Sóller, Iker me regaló una
pequeña concha que había encontrado en la orilla, como símbolo de nuestro
verano juntos. Yo le entregué un cuaderno con poemas que había escrito
inspirada en Mallorca y en nuestro tiempo compartido. Nos dimos cuenta de que
habíamos encontrado en el otro algo que no buscábamos, pero que siempre
habíamos deseado: un amor sincero, lleno de magia y esperanza.
Y así, con
corazones llenos de alegría y promesas de volver a encontrarnos, supimos que
aquel verano en Sóller había sido solo el comienzo de una hermosa historia
juntos.
FIN
Escrito por Jessica Bao Perez.
El lunes, 19, de mayo de 2025.
En Badalona.

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