UN VERANO EN SOUTELO
Cuento breve
Me llamo Lía Ramírez, tengo 36
años y soy veterinaria. Soy de estatura media, con cabello castaño oscuro que
llevo a menudo en una coleta práctica, y ojos verdes que reflejan mi pasión por
los animales y la naturaleza. Mi rostro tiene una expresión tranquila y amable,
y siempre llevo conmigo una sonrisa cálida. Internamente, soy una mujer
sensible, dedicada y con un gran amor por ayudar a los demás, tanto humanos
como animales.
Andrés Basalo tiene 35 años y es
bombero. Es alto, de complexión fuerte y atlética, con cabello rubio corto y
ojos azules intensos que transmiten confianza y determinación. Tiene una
sonrisa franca y un carácter cercano, valiente y con un toque de humor que
siempre alegra el ambiente. En su interior, Andrés es un hombre apasionado por
su trabajo, valiente y protector, con un corazón generoso y una profunda
conexión con la naturaleza y la vida sencilla.
Nos conocimos en Soutelo, una
pequeña aldea de montaña en Ourense, Galicia, durante un verano en el que
decidí escapar de la rutina de la ciudad para desconectar y recargar energías.
La belleza de ese rincón rural, rodeado de bosques y montañas, me cautivó desde
el primer momento. Andrés, que pasaba allí sus vacaciones, trabajaba en la
estación de bomberos local y, por casualidad, nos cruzamos en el mercado del
pueblo.
Al principio, la chispa fue en
las conversaciones sobre los animales y las historias del campo. Él me contó
cómo su trabajo en el cuerpo de bomberos le permitía proteger a las personas y
a la naturaleza, y yo le hablé de mi pasión por cuidar de los animales heridos
y enfermos. La conexión fue instantánea, y pronto nos encontramos compartiendo
paseos por senderos rodeados de pinos y robles, respirando el aire puro y
disfrutando del silencio de la montaña.
Lo que más me gustaba de Andrés
era su valentía y su sentido del humor, que lograba hacerme reír incluso en los
momentos más simples. Él admiraba mi dedicación y mi sensibilidad hacia los
animales, y en sus ojos veía una pasión genuina por la vida y la protección de
su entorno. Nos complementábamos perfectamente, cada uno aportando lo mejor del
otro.
Durante ese verano, visitamos
juntos algunos monumentos y lugares emblemáticos de Soutelo. Subimos al mirador
del Monte do Faro, desde donde se veían las montañas extendiéndose hasta el
horizonte, y allí, en la cima, contemplamos el valle cubierto de niebla
matutina. También paseamos por la iglesia de Santa María, con su fachada de
piedra antigua y su interior lleno de retablos y velas, sintiendo la historia y
la paz que emana ese lugar. En cada rincón, entre risas y charlas, nuestro
vínculo se fortalecía.
Lo que más me enamoró de Andrés
fue su valentía y su corazón protector, siempre dispuesto a arriesgarse para
salvar a alguien o a algo. Él decía que su trabajo en el cuerpo de bomberos le
daba un sentido profundo a su vida, y yo admiraba esa pasión. Él quedó
cautivado por mi dedicación y mi amor por los animales, y juntos descubrimos
que la verdadera belleza está en los pequeños gestos y en compartir momentos
sinceros.
Al final del verano, en una tarde
dorada en la plaza del pueblo, Andrés me regaló una pequeña figura de madera
tallada a mano, con una llama que simbolizaba su trabajo y su protección. Yo le
entregué un cuaderno lleno de dibujos y poemas inspirados en la naturaleza. Aquellos
detalles, el beso y el abrazo que nos dimos, al atardecer, en lo alto de la montaña,
fue un placer sentido y verdadero, por los dos, que nos unió para siempre.
FIN
Escrito por Jessica Bao
Perez.
El jueves, 22, de mayo
de 2025.
En Badalona.

Es muy bonito tu cuento y yo que conozco ese pedazo de tierra gallega siento que lo describes a la perfeccion ,la iglesia y las montañas , la paz y tranquilidad que fortalecen el alma
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