miércoles, 10 de diciembre de 2025

¡¡Cuento breve 155 escrito 🖋 por mí!!

ÁRBOL DE LOS SUEÑOS

CUENTO BREVE

 

Me llamo Alana Vordane, y trabajo como cónsul, lo que me obliga a moverme constantemente entre países, culturas y personas. Desde fuera suelo parecer serena y metódica, alta, de cabello castaño oscuro y ojos grises que muchos interpretan como fríos. Por dentro, sin embargo, soy un torbellino: curiosa, idealista y con una necesidad casi infantil de encontrar algo –o alguien– que haga que el mundo tenga sentido.

Todo comenzó bajo un gigantesco baobab que los habitantes de Senegal llamaban el árbol de los sueños. Yo estaba allí por trabajo, tratando cuestiones con la embajada local, cuando escuché una voz masculina a mi lado.

—¿Sabes por qué la gente viene aquí? —me preguntó un hombre de piel bronceada, sonrisa amplia y ojos tan negros que parecían contener estrellas.

—¿Para soñar? —respondí sin pensarlo.

—Para recordar qué desean de verdad. Soy Omar Shalyan.

Era arqueólogo, descubrí luego. Delgado, ágil, barba perfectamente recortada. Su mente era un laberinto de datos históricos, pero también un refugio cálido: paciente, divertido, observador. Me desarmó enseguida. Aquel encuentro debería haber sido único. Él vivía entre excavaciones en Oriente Medio; yo, entre consulados europeos. Pero el destino parecía empeñado en cruzarnos.

Nos vimos en Roma, frente al Coliseo.

—¿Otra vez tú? —me dijo Omar, riendo mientras yo parpadeaba incrédula.

Paseamos entre los arcos milenarios. Me habló de gladiadores y yo de tratados internacionales. A él le gustaba que yo viera el mundo con lógica; a mí, que él lo mirara con pasión.

Más tarde coincidimos en Tokio, bajo los cerezos en flor. En Estambul, frente a Santa Sofía, donde él rozó mi mano por primera vez. En Nueva York, contemplando la Estatua de la Libertad, donde yo lo besé. Parecía magia. O destino. Y me estaba enamorando. Pero el malentendido llegó en Marrakech.

Yo había volado para una reunión urgente y él estaba allí trabajando en un yacimiento cercano. Quedamos frente al minarete de la Koutoubia. Cuando llegué, lo vi conversar con una mujer que lo miraba con demasiada familiaridad. Luego ella lo abrazó. Y yo me marché sin darle oportunidad de explicarse.

Durante días ignoré sus mensajes. Pensaba que todo había sido casualidad… ilusión… o simplemente una historia bonita destinada a romperse.

Hasta que apareció en mi hotel en Lisboa, empapado por la lluvia.

—Alana, por favor, escúchame —dijo, jadeando—. Aquella mujer era mi hermana. Estaba de visita. Nada más.

Me quedé helada.

—Tenías que haberme dicho…

—Te busqué por toda la ciudad —insistió—. Y por todas las ciudades donde podríamos habernos encontrado. Porque siempre coincidimos, ¿recuerdas? Y no pienso dejar que un malentendido arruine lo mejor que me ha pasado.                                                Le creí. No por sus palabras, sino por la forma en que me miraba: como si yo fuera su monumento favorito del mundo, uno que todavía estaba descubriendo.

 

Esa noche volvimos a encontrarnos —o quizá reencontrarnos por primera vez de verdad— bajo otro árbol, un viejo olivo en una plaza tranquila. Y allí, entre faroles cálidos y silencio, comprendimos que nuestro destino no estaba en los lugares donde coincidíamos, sino en el hecho de que siempre terminábamos buscándonos.

Hoy, seguimos viajando. Él con sus ruinas; yo con mis consulados. Pero nunca estamos demasiado lejos. Porque, de alguna forma inexplicable, el mundo siempre se las arregla para acercarnos. Y cuando eso falla… simplemente nos buscamos.

                                                              FIN

 

Escrito por Jessica Bao Perez.

El miércoles, 10 de diciembre de 2025.

                                                                  En Badalona. 

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